lunes, 19 de diciembre de 2016

La discusión debe ir mucho más allá de Ganancias

El impuesto a las Ganancias tiene muchas inequidades y debe ser reformado. La más notable quizás es que la gran mayoría de quienes tributan pagan la mayor alícuota (35%), si bien sólo alcanza al 10% de los trabajadores formales (unos 1.8 millones sobre 18 millones), aquellos privilegiados con mayores salarios y que están formalizados.

En la región la recaudación a PBI por Ganancias a personas físicas es relativamente similar (en torno a 3% del PBI), si bien el impuesto alcanza a mucho más trabajadores (al doble en promedio) pero con una alícuota media inferior (la mitad). Así, el mínimo no imponible vigente actualmente en Argentina es el más alto de la región y de los más altos del mundo.

Pero poner todo el foco sobre el mínimo no imponible es un error. El principal defecto del impuesto son las escalas y alícuotas que hacen que muy rápidamente se llegue a pagar la mayor alícuota. Hoy la diferencia salarial entre la menor (9%) y mayor alícuota (35%) es de apenas AR$ 10 mil pesos mensuales. Es la mayor fuente de inequedad del impuesto.

Pero el problema va mucho más allá de Ganancias. El sistema tributario argentino es sumamente inequitativo y contribuye a consolidar la pobreza. En los países de la OECD, cuya presión tributaria total es similar a Argentina, la recaudación a PBI de Ganancias (llamado allí impuesto a los ingresos o income tax) es unas tres veces mayor, con lo cual el impuesto en promedio alcanza a alrededor del 40% de los trabajadores. Allí los impuestos directos al patrimonio representan la mitad de la recaudación total.

No obstante, en Argentina (y la región) es exactamente al revés, los impuestos más relevantes son los indirectos, que no gravan a las personas, sino lo que consumen, y no diferencian según sus ingresos. El sistema tributario argentino es claramente regresivo. Apenas un quinto de la recaudación viene de Ganancias.

Esto implica que son los pobres y los segmentos medios bajos con sus impuestos al consumo, las cargas sociales y el impuesto inflacionario los que financian al Estado. En Argentina más de la mitad de los trabajadores cobran menos de 12 mil pesos, muy lejos del mínimo a partir del cual se paga el impuesto, pero deben pagar cargas sociales hasta por el 50% de su salario. Por ello la informalidad es tan alta.

No obstante, la discusión por Ganancias es un reclamo sindical y de la oposición y ocupa la portada de todos los diarios. En parte porque su incidencia a PBI se duplicó en los últimos años, ya que las escalas y el piso se actualizaron por debajo de la inflación. Aunque también porque varios sindicatos representan trabajadores formales que cobran salarios relativamente altos.

Argentina se debe una reforma tributaria en serio. Si lo que se pretende es avanzar hacia una sociedad más inclusiva e igualitaria, los salarios más bajos no deberían pagar cargas sociales y los salarios medios y altos deberían estar alcanzados por Ganancias, aunque con alícuotas marginales mucho más razonables.














viernes, 16 de diciembre de 2016

Peso fuerte, peso débil

Desde el triunfo de Trump, el peso argentino se depreció 6% frente al dólar. La suba del tipo de cambio fue la noticia económica más comentada de esa semana. Explicaciones no faltaron: mayores tasas de interés en EEUU, un dólar globalmente más fuerte, 200 puntos básicos de recortes en la tasa de Lebacs en las últimas cuatro semanas y hasta la finalización del período para el blanqueo de efectivo.

¿Por qué subió el dólar en la Argentina? ¿Deberíamos esperar que siga subiendo?  ¿Se terminó la fortaleza del peso y estamos frente a un re-pricing generalizado de todos los activos financieros globales, incluyendo nuestra moneda? Para responder esta cuestión es interesante separar factores domésticos de los internacionales.

En el Brexit, las monedas latinoamericanas, incluido el peso argentino, se devaluaron con mucha virulencia ante la sorpresa del resultado, pero unos pocos días después habían vuelto a sus valores previos. La devaluación promedio del real brasileño, los pesos mexicano, colombiano y chileno y del sol peruano fue prácticamente cero en las semanas siguientes. Por el contrario, el movimiento de las monedas luego del triunfo de Trump es más persistente y más pronunciado. Además, se observan dos pelotones. Los más golpeados desde el 8 de noviembre fueron el peso mexicano (-12%) y el real (-10%).  El grupo de las monedas más resistentes fueron las de Chile, Colombia y Perú, que se devaluaron 1.5% promedio. La devaluación del peso argentino está a mitad de camino (-6%).

Vemos entonces que mientras el escenario global se mantuvo más o menos estable hasta principios de noviembre, los factores domésticos ganaron la pulseada en el mercado cambiario. Política monetaria contractiva, déficit fiscal con financiamiento externo y expectativas favorables de blanqueo apreciaron el peso. Como muestra basta un botón: las tasas de interés de pesos bajaron más de 12 puntos desde los máximos pasando de 38% a 27,75% y el peso se mantuvo incólume. 

Por el contrario, durante las últimas semanas la pulseada la ganó el escenario global.  Suba de tasas de largo plazo, apreciación global del dólar, salida de emergentes son todas manifestaciones de que los inversores se pusieron a la defensiva y por el momento apagaron el botón de tomar riesgo. Eso fue lo que gatilló la aceleración en la cotización local del dólar.

Las principales variables a seguir son las tasas de los Treasuries a 10 años y el dollar index. Si la incertidumbre en el escenario internacional se aplaca, los factores domésticos volverán a dominar en el mercado cambiario y el peso retomará su tendencia estable, aunque muy probablemente lo haga desde un escalón más arriba.  Mientras tanto, todo indica que a diferencia del Brexit el efecto Trump será más duradero y que tomará un tiempo hasta que los factores domésticos recuperen su protagonismo.

jueves, 1 de diciembre de 2016

La economía no arranca, ¿pero arrancará?

Para esta época del año se esperaba una economía llena de brotes verdes y generando empleo. El famoso segundo semestre de crecimiento no ha llegado y los pocos brotes del consumo que aparecieron allá por agosto parece que se han secado. ¿Qué anda pasando y qué puede pasar?
La recesión del primer semestre se explica en gran parte por la combinación de la baja en el poder adquisitivo del salario, de la incertidumbre que generaron las subas de las tarifas y la devaluación y su impacto en la inflación, que llegó al 6.5% mensual, la caída de  la obra pública y las altas tasas de interés. 
Sin embargo, a pesar de que todo esto quedó atrás y que casi todas estas variables han vuelto a sus niveles anteriores (inflación promedio en 1.8% mensual, tasas de interés en 25%, etc.), la economía no da muestras de repuntar. El salario real todavía no ha vuelto a sus niveles previos, es cierto, aunque se ha recompuesto en los últimos meses y respecto a los niveles del primer semestre. ¿Dónde está el problema entonces?
La pregunta más simple es ver si el problema surge porque la oferta no responde, o sea, cuellos de botella, o es un problema de falta de demanda. Por el lado de la oferta, no parecería haber problemas: la industria tiene capacidad ociosa y también es cierto que los negocios se quejan de que la gente no entra a comprar. Si bien la inversión ayuda a aumentar la capacidad productiva de largo plazo y el proceso de construir fábricas e infraestructura genera trabajo, en la actualidad sólo ronda el 17% del PBI por lo cual no alcanza para que la economía arranque ya.
Todo indica que lo que el gobierno tiene que estimular en el corto plazo es el consumo, y para eso el análisis macroeconómico indica que lo que hace falta es estímulo monetario o fiscal. Por el lado monetario, lo que se podría hacer es bajar la tasa de interés, pero eso no parece probable, dado que el Banco Central está con una política de metas de inflación que implica una política monetaria restrictiva. Por el lado fiscal, este año el gasto público ha subido mucho menos que el PBI nominal, lo que indica que la misma también ha tenido un sesgo contractivo (para muestra sirve la caída en la obra pública).
Dado que no hay un problema por el lado de la oferta, lo que esta economía necesita es un empujón para que arranque. Es como un auto al que le arreglaron el motor, le cambiaron el aceite y los filtros, le alinearon la dirección, arreglaron los frenos y está listo para salir a la ruta pero que al momento de darle arranque no enciende. La solución clásica en ese caso es empujarlo y darle envión.
En el caso de nuestra economía, también todo está listo para que arranque. Hay reservas, hay crédito, se puede importar y hay capacidad instalada. Lo que hace falta es poner la economía en movimiento, y una vez que empiece a andar seguramente va a haber un ciclo virtuoso de mayor demanda, mayor producción, mayor empleo y mayor inversión. Y a diferencia del pasado, no hay razones que fuercen un frenazo por falta de dólares o de financiamiento externo.
El envión hoy debería venir de un estímulo temporario a la demanda, con medidas como los bonos de fin de año, rebajas temporarias en impuestos al consumo que ayuden a adelantar decisiones, o algún incentivo a la inversión (como depreciación acelerada) que los impulse a tomar las decisiones ya.