Las experiencias de Chile y Colombia son interesantes
en materia de adopción e implementación del régimen de Metas de Inflación. Comparten varios rasgos en común, aunque por supuesto también hay
matices y algunas diferencias según el caso.
- Las metas de inflación en estos países por
primera vez se anunciaron a principios de los años noventa y formaban parte de
un régimen algo más amplio, donde la meta era un objetivo aunque no exclusivo y
en el marco de un conjunto de instrumentos, que involucraban además al tipo de
cambio y los agregados monetarios. Por ejemplo, Chile junto a la meta anunciaba
un rango para el tipo de cambio y el déficit externo de cuenta corriente, mientras
que Colombia realizaba una política directa de control de agregados monetarios.
- En esta fase inicial que tomó unos diez
años, el Banco Central preservaba en forma explícita la facultad de intervenir
en el mercado cambiario, mientras se mantenían controles para desalentar el
ingreso de capitales de corto plazo, en tanto ambas economías mostraban
persistentes déficit externos. Estos controles se abandonaron hacia fines de la
década, al mismo tiempo que el tipo de cambio comenzó a flotar completamente
libre. No obstante, persisten diferencias en cuanto a la flexibilidad del tipo
de cambio y la respuesta de la tasa de interés como instrumento de política.
- Aún se discute en qué año estos países adoptaron el
régimen de metas de inflación. Los Bancos Centrales
consideran el principio de los noventa cuando se anunciaron las metas por
primera vez, tras establecerse la independencia del Banco Central y cuando la
inflación anual rondaba el 25% anual. No obstante, existe cierto consenso en
señalar que el régimen formalmente se adoptó a fines de la década y cuando la
inflación anual era menor a un dígito.
- Hubo una importante apreciación real al comienzo de
estas experiencias. Es decir, inicialmente el tipo de cambio tuvo un rol preponderante
como ancla nominal. Con el paso de los años y el
avance de la desinflación, los tipos de cambio fueron ganando grados de
libertad y el traslado de la depreciación a la inflación perdiendo importancia.
- Las cuentas fiscales estaban bastante ordenadas al
comienzo de estas experiencias, incluyendo los precios relativos de los
servicios públicos.
- Si bien las metas no se cumplieron en varias
ocasiones, sobre todo en los primeros años, los desvíos entre la meta y la
inflación nunca fueron mayores a 5 puntos porcentuales.
- Las economías en general crecieron sostenidamente
durante la desinflación (con la excepción de la
crisis financiera que sufrió Colombia en 1998). Estas dos experiencias de
desinflación fueron relativamente lentas comparadas con otros casos.
- Los agregados monetarios, ya sea la base monetaria o
los más amplios como el M3, crecieron sistemáticamente por encima de la tasa de
inflación, tanto durante el período de desinflación como luego de haberse
alcanzado una baja inflación. Es decir, la economía
se monetizó fuertemente vis a vis la reducción de la inflación.
- Los pasivos no monetarios (análogos a las Lebacs)
eran abundantes al comienzo de estas experiencias y no fueron un problema para
la desinflación ni la estabilidad financiera. En el
caso de Chile, por ejemplo, estos pasivos representaban casi 10 veces la base
monetaria (esta relación es cercana a uno en el caso argentino actual), y
fueron disminuyendo con el paso de los años.
- Los dos países aprovecharon hábilmente determinadas
circunstancias para acelerar el proceso de desinflación. Chile se apoyó en las mejoras de los precios de exportación y de
productividad derivadas de las reformas estructurales para sostener el anclaje
cambiario inicial. Colombia tuvo una
crisis financiera y una fuerte recesión a fines de los noventa que le permitió
bajar su tasa de inflación a un digito y en forma sustancial desde entonces.
- Ambos países al comienzo de estas experiencias
contaban con mecanismos de indexación institucionalizados y bastante
generalizados (UF en Chile y UPAC en Colombia). Esta
indexación abarcaba a las negociaciones salariales y limitaba la velocidad de
la desinflación, ya que una baja muy rápida de la inflación hubiese generado un
muy fuerte aumento de los salarios reales, lo que atentaría contra la
sostenibilidad de la desinflación.
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